Si conocéis a algún profesor o profesora os podrán decir que las primeras semanas de curso son mortales. No se da abasto. No te coges el culo con las dos manos hasta mediados de octubre, mínimo. En algunas ocasiones, hasta Navidades no sabes ni cómo te llamas una vez que has acabado las clases, preparaciones y reuniones.
Y estando en esas, decidí darle un respiro a mi cerebro y leerme algo en español —esto viene porque normalmente llevo varios libros en danza, la mayoría de ellos en inglés, y alguno en alemán… En inglés porque nunca está de más practicar el idioma cuando te ganas la vida enseñándolo, y en alemán porque, a pesar de mi C2, todavía me queda mucho camino por recorrer.
Así que, aprovechando que estoy haciendo un curso de Relato Corto de Ficción, enganché los Cuentos de Ernest Hemingway, entre otra porrá de libros de relatos cortos, para empaparme bien del tema.
Y estoy flipando.
Hacía más de veintipico años que no leía a Hemingway, desde la carrera, donde tuvimos que leer varios libros suyos y, como todo lo que tienes que hacer por obligación, en aquel entonces no me apasionaron especialmente. Me recuerdo tumbada en la cama del piso de estudiante, después de comer, intentando meterme entre pecho y espalda Fiesta (The Sun Also Rises), y pensando que menudo tedio de libro.
Así que empecé los Cuentos antes de irme a dormir hace un par de noches sin grandes esperanzas.
A las 3 de la mañana, los ojos como platos, embelesada pasando páginas y volando de un cuento al siguiente, ensimismándome en las historias y en las reflexiones que suscitaban, tuve que forzarme a dejar el libro, porque a las 5.45 me suena la alarma, y tenía 6 horas de clase al día siguiente.
No voy a hablar de lo, obviamente, bien que escribía el jodío, que ya se llevó un Nobel y un Pulitzer por eso, pero sí que me gustaría comentaros lo boquiabierta que me dejó la precisión quirúrgica de su escritura. La valentía con la que habla de los sentimientos, la desnudez de las almas de sus personajes, y de la suya propia. Y todo esto basándose principal y casi únicamente en los diálogos entre los protagonistas. Nada de describir cómo se sienten, o de poner palabras a sus pensamientos. Nope. Lo que me maravilla de Hemingway es la habilidad de abrir ventanas al alma de los individuos valiéndose únicamente de las palabras que dicen, que bien sabemos suelen distar mucho de lo que realmente se siente y piensa.
Y luego vienen las reflexiones…. Recordaba poco de la vida de Hemingway, la verdad: su alcoholismo, sus tiempos como corresponsal de guerra en Europa, su pasión por España, las mujeres y la caza, su depresión, y el tiro que se descerrajó. Pero no sabía mucho más. Y con esa información de trasfondo, leyendo relatos como Las nieves del Kilimanjaro, me sorprendía lo autobiográficos que resultaban muchos de sus relatos. Y no podía evitar preguntarme si el resto escondían tanta historia personal como ése —por ejemplo, La breve vida feliz de Francis Macomber, que podéis leer en la muestra de contenido de Amazon íntegro.
¿Eran sus pensamientos los que salían de boca de Macomber? ¿Era su esposa la que aparecía retratada como señora Macomebr?
Curiosa, me puse a buscar en YouTube algún documental sobre la vida del caballero. Y encontré, claro. Me vi este: Ernest Hemingway, Wrestling With Life, que me encantó por la visión tan completa que me dio de su vida. Y tengo varios documentales más en el punto de mira. ????
Viendo las imágenes del principio del documental, me sorprendió ver a un Hemingway tan mayor, ya que creía que se había suicidado relativamente joven, y en las fotos parecía que tenía unos 80 años… Luego supe que se quitó la vida cuando contaba 61, pero que al final de su vida tenía tanto el cuerpo como la mente hechos fosfatina, lo que pasó factura al cuerpo, que parecía mucho mayor de lo que en realidad era. Y lo que más me llamó la atención fue que creo que realmente sabía lo que hacía cuando se pegó el tiro. Siempre pensé que su suicidio había sido producto de la depresión, pero tras ver el documental me entraron las dudas.
Al pobre le había frito el cerebro intentando curarle sus problemas mentales. Le quitaron su herramienta de trabajo principal: su memoria. Y ya no podía escribir ni un párrafo sin que le supusiera un esfuerzo de horas.
Si a un escritor le quitas su escritura, ¿qué le queda? Hemingway tenía el cuerpo y el cerebro hechos polvo por la bebida y por el estilo de vida que había llevado durante más de medio siglo. Y luego eso, el dejarlo sin memoria, sin sus memorias, sin ningún prospecto de mejora… Ernest no era imbécil: sabía que la cosa sólo podía ir a peor, y yo creo que hizo lo que hizo con pleno conocimiento de causa. Claro que su historial de enfermedad mental (y el de su familia) no ayudó en absoluto, pobre, pero estoy convencida de que sabía lo que hacía cuando decidió quitarse de en medio. Pero también porque buscó la muerte durante toda su vida, yo creo que fue el tema que más lo obsesionó a lo largo de su existencia, y que marcó toda su trayectoria literaria, de una forma u otra. Parecía enamorado de ella —y ella de él, ya que ella también lo rondó a menudo, bien a través de sus seres queridos (varios suicidas en la familia), o por medio de los accidentes a los que sobrevivió pero que lo dejaron muy tocado de salud. La muerte es una amante exigente, pareciera.
A mí me da que dejó mucho de sí mismo reflejado en sus obras. Me fascina el leer sus cuentos e intentar descubrir qué está basado en él mismo, cuántas cosas son un fiel reflejo de su vida, y cuántas otras son producto de su imaginación.
Y vuelven las reflexiones: ¿en cuánto pueden ser los escritos de un autor o autora producto único de su imaginación? ¿Cuánto de la piel del alma se queda colgando en cada una de las frases, en cada uno de los relatos escritos? ¿Y cuántos jirones de carne hemos de dejar en la página para que lo escrito merezca la pena ser leído? ¿Cuánto debemos desnudarnos delante de quienes nos van a leer? ¿No es demasiado arriesgado? ¿No estamos dando demasiada información? ¿No nos pone en peligro, exponiéndonos demasiado, ante otros o ante nosotras mismas?
Se ve la profesión de escritor como la antítesis de vivir peligrosamente. Al fin y al cabo, lo único que hace una escritora es darle a la tecla desde la seguridad de su mesa de trabajo, ¿no?
Pues empiezo a tener mis dudas, la verdad. Leyendo a Hemingway tras haberme empapado de su vida, me da la incómoda sensación de que la única forma de escribir algo decente es dejarte la piel, los recuerdos, y las heridas abiertas en la hoja en blanco, a la vista de todos, a merced del mundo. Y eso, como todo, viene con un precio. Un precio quizás demasiado alto.
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